Rojo Punzó es la crónica de una iniciación que tiene su punto de partida en la Argentina desencajada de los primeros meses del año 2002, cuando el envés de la realidad política y económica ocupó el frente de la escena y reveló muchas cosas no dichas que están en la base de la vida social. La experiencia de esa rasgadura del velo abrió diversas vías —la singular experiencia argentina con el dinero y la moneda (corralito, patacones), el proto-cripto-peronismo del relato federal rioplatense, la negritud social argentina, la enigmática aventura moral de WH Hudson en el valle inferior del río Negro, las formas de religiosidad popular no sancionadas por el poder— que confl uyen, todas, en un no-lugar, Somuncurá. Viajar a Somuncurá es ir al encuentro de aquello que uno ha ido construyendo en lo más oculto: una imagen,una idea, una obsesión. El viaje que va perfi lándose en Rojo Punzó es un incesante movimiento hacia ese núcleo. En cierto modo, contar un viaje viene a ser la revelación de un secreto. Ahora bien, ese secreto, por mucho que se muestre y salga a la luz, nunca deja de albergar una irreductible parte de sombra que resiste al relato, al análisis y a la confesión. Cada vez que se apunta hacia ese lugar secreto existe el riesgo —casi la certidumbre— de que uno acabe topándose con otra cosa. El narrador de Rojo Punzó acepta ese riesgo, esa diferencia, ese desvío: “que no te deje varado, inmóvil, sino al contrario, que siempre te lance hacia adelante.”